miércoles, 22 de abril de 2020

Ejercicio taller / Micro-relato #3

Como si fuera una sacerdotisa de algún eden, salió al jardín desnuda. El barrio era de casas bajas así que no corría riesgo de que lxs vecinxs la vieran. Y la verdad si alguien la espiaba la tenía sin cuidado. Acarició a su gato con delicadeza y respeto como si se tratara de un  tigre y se acostó a tomar sol. Era pleno verano, el sol le quemaba la piel y los ojos. Dejó descansar su mente en las nubes estáticas, su imaginación le regaló un arcoiris antes de quedarse profundamente dormida.

Ejercicio taller / Micro-relato #2

Cargando a sus dos hijas, bajo un cielo estrellado que resplandecía, se paró en el medio del círculo de sal que la noche anterior había dibujado en la tierra. Las niñas dormidas le transmitían una tranquilidad que no había sentido hasta el momento. Luego de repetir una oración en voz muy baja, se arrodilló y le agradeció internamente a la luna por escuchar sus plegarias ancestrales.
El conjuro estaba hecho.

Ejercicio taller / Micro-relato #1

Le recomendaron hacer un trabajo manual para calmar  la ansiedad y descansar la cabeza. La repetición de una tarea tenía que ver con enfocarse en el aquí y ahora. No tenía que ver con los tan temidos círculos viciosos sino con la resignificación de las acciones.
Hacer mandalas de cerámica era meditar en movimiento y eso le venía bien porque la quietud le costaba una barbaridad. Mientras sus manos trabajaban su cabeza de a poco se despejaba. El mecanismo de sus pensamientos frenaba y arrancaba por lugares poco frecuentados. ¿Qué iba a hacer con tantos mandalas? ¿Y si alguno se caía y se rompía en mil pedazos? ¡Que vergüenza! ¡Que cagada! ¡No es tan grave!
En la clase eran pocos. Cada cual pensó un dibujo y lo reprodujo circularmente en la cerámica, la cantidad de veces que les fuera posible en aquellas dos horas. Cuando terminó notó que estaba más tranquila, igualmente decidió no volver la próxima semana.

Lo bueno del monte es que no abunda el cemento

Ardo en silencio.

Una gota cae de la comisura de mi teta izquierda
hasta la bombacha de la bikini
-que sedienta la absorbe-.

Pétalos flotando en el aire
movidos por la brisa
se desintegran gozosos.

Cierro los ojos y veo el caleidoscopio cromático de mi interior.

- lo mismo un domingo que un jueves a la tarde-

Un día cualquiera  empezó a llorar. Desconsolada y sola.
Fue de golpe, sin aviso y a chorros, con ruido y nariz con mocos. Lloraba por todos los fracasos y todos los no por los que había pasado.
Lloraba desesperanzada, desolada y descreída, abúlica.
Lloraba meciéndose en su hamaca paraguaya, en las sillas,
en el balcón, acostada  en el pis, por la calle.
Lloraba por todo lo que tenía que llorar para poder seguir.

Llorar era un impulso irrefrenable, una descarga eléctrica.

Lloraba por todo lo que las palabras no podían explicar
y sobre todo por la gente que ya no existe.
Y hablo de muerte y elecciones.
Conexiones y desconexiones siderales.
Rearmarse cuesta.
Pensarse duele.