miércoles, 22 de abril de 2020

- lo mismo un domingo que un jueves a la tarde-

Un día cualquiera  empezó a llorar. Desconsolada y sola.
Fue de golpe, sin aviso y a chorros, con ruido y nariz con mocos. Lloraba por todos los fracasos y todos los no por los que había pasado.
Lloraba desesperanzada, desolada y descreída, abúlica.
Lloraba meciéndose en su hamaca paraguaya, en las sillas,
en el balcón, acostada  en el pis, por la calle.
Lloraba por todo lo que tenía que llorar para poder seguir.

Llorar era un impulso irrefrenable, una descarga eléctrica.

Lloraba por todo lo que las palabras no podían explicar
y sobre todo por la gente que ya no existe.
Y hablo de muerte y elecciones.
Conexiones y desconexiones siderales.
Rearmarse cuesta.
Pensarse duele.

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