Una amiga me comentó que tiene problemas con los
recuerdos. Por eso estoy escribiendo esto, en su honor y
a modo de despedida.
La memoria no es la facultad de revivir lo pasado ni la de
conservar y recordar los conocimientos adquiridos; si no más bien la de
conservar pensamientos para luego reproducir estados de conciencia ya
experimentados. La memoria es sensible, es mujer y a veces, ininteligiblemente depende de la
inteligencia.
La memoria es compleja y se pueden distinguir cuatro
momentos:
1)
Fijación y conservación (de los
recuerdos).
Aquí, la
inteligencia es un factor importantísimo de la conservación y la organización
de los recuerdos. La intensidad y la repetición son factores que intervienen en
la organización de las ideas. Suele decirse que se fijan y se conservan mejor
las ideas (y sentimientos) cuanto mayor haya sido la impresión vivida y cuanto
más unidas entre sí estén por la lógica.
2) Reproducción
(de los recuerdos).
Si no se presentan solos, esta etapa supone un esfuerzo
para activar la asociación de ideas y así encontrar el recuerdo buscado.
3) Reconocimiento
(de los recuerdos).
El recuerdo comienza a ser verdadero cuando: lo reconocemos
como algo íntimamente personal, lo reconocemos como un estado ya experimentado anteriormente, lo reconocemos como un elemento del pasado. Por eso la memoria se diferencia de la
imaginación y ambas de la percepción.
4) Localización
(de los recuerdos).
Para conseguir esto la memoria hace un recorrido por diferentes y
viejas situaciones para encontrar el lugar donde se encuentra el
recuerdo buscado. El camino de los antiguos estados de conciencia está formado
por sucesos importantes alrededor de los cuales se clasifican y ordenan los de
menor intensidad.
Y acá comienza la despedida, un poco más sinceramente.
Lo que estoy intentando decir, por fuerte que suene y a
pesar de ser filosofía barata, es que: la cantidad de repeticiones es
inversamente proporcional a la atención que se le da a la lección por aprender.
Y que memoria no sólo son recuerdos si no también conocimiento. Y que el
conocimiento se reduce a la sensación y a las transformaciones de esa
sensación, ya que todas las ideas vienen de los sentidos. Y que las
observaciones activas y sus reflexiones concomitantes se relacionan
intrínsecamente con la atención que uno presta y con la moral. Y que la verdad
tiene que estar siempre de acuerdo consigo misma.
También intento decir que: para aprender a pensar,
indispensablemente hay que ejercitar la memoria. Para retener las cosas, lo
mejor es unirlas según su orden natural, hay que comprender para animarse
recordar (o tal vez recordamos para no dejar de comprender). Se aprende
muchísimo mejor cuanto más se comprende el encadenamiento de ideas,
sentimientos e imágenes. Sucede todo lo contrario cuando se avanza en pequeños
fragmentos.
Aprender a clasificar ideas, aprender a ordenar recuerdos,
aprender a distinguir lo accesorio de lo esencial, es aprender a olvidar. Y
aprender a olvidar es una regla sumamente importante para no sobrecargar la
memoria y mantenerla siempre pronta y limpia de inutilidades.
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