Desespero sentada en el centro de la nada, en una mesa con mantel blanco y perros que ladran a lo lejos.
Qué es la vida sino una constante absurda de días que pasan. Horas que pasan. Minutos, segundos que pasan y se pierden en recuerdos grises que desempolvamos de vez en cuando y cuando el corazón nos lo permite sin que se inunde.
Qué es la vida sino un pasado que nos da calor tanto como nos entristece y un futuro no tan incierto.
Hoy.
Ahora.
El barrio de mi infancia me devuelve la imagen de un paisaje interno que ha progresado en pos de derrumbes y mudanzas y manos de pintura sobre manos de pintura y manos que ya no me acarician la frente.
No se vivir.
La mayoría de mis días transcurren sobre una tristeza sin dolor que me enmudece y me distancia. Una tristeza sin dolor que me deja con las fuerzas mínimas para poder seguir ahogándome
-una y otra vez-
en este azul que llevo dentro y rompe contra mi pecho calmo y violento queriendo desbordarse.
No se vivir.
Ni tampoco esperar aunque espero.
Me sumerjo en una angustia mustia que me ensordece y me deja ciega y no me alivia.
No se vivir ni desprenderme de mi individualismo EGOísta y sistemático, prejuicioso, tímido, tirano.
-la conexión es la excepción.-
Me cuesta sentir el todo en mi. Ser todo. Ser cósmica, universal, inmaterial.
Mi cuerpo, reservorio de mi alma, se acostumbró a doler allí en el cruce de la materia y el espíritu.
No se vivir.
Espero desterrada y con una profunda tristeza intrínseca que me vuelve charco los ojos y me apresura la escritura. Espero y respiro.
Intento no dejarme caer en ninguno de mis abismos.
Intento no suicidarme, simbólicamente claro, como tantas veces repito.
¿La alegría? ¿La felicidad? Son tan, o tal vez un poco más efímeras que el dolor y la tristeza.
¿Y entonces qué es la vida?
La vida es ser en la nada y la nada incluye al todo y no me siento parte del todo cuando:
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